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Cuarto Domingo de Adviento – 2021

Icono para homilías
  1. “Y tu Belén, tierra de Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti saldrá el que gobernará Israel”. Miqueas 5,1
  2. “Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo. Yo dije: aquí estoy para hacer tu voluntad”. Hebreos 10,6
  3. “María se puso en camino a una ciudad de Judá. Isabel oyó el saludo de María y la criatura saltó en su vientre. Bendita tú entre todas las mujeres”. Lucas 1, 39-45

REFLEXIÓN:

  1. En nuestro siempre corto entender, al plantearnos que Dios va a venir, pensaríamos en preparaciones lujosas y con los medios más apropiados que tenemos. Es lo que le ocurrió al pueblo judío que sabían, esperaban y estaba anunciado que vendría, pero no descubrieron sus caminos. El pueblo esperaba un Mesías guerrero, poderoso, cercano a palacios y Señor del pueblo, pero los caminos de Dios no son nuestros caminos.Dios se hace hombre y es el acontecimiento más grande que hemos conocido los hombres, pero es un acontecimiento grandioso, envuelto en una capa de humildad, pobreza y sencillez. Por ello, muchos nos quedamos sin conocer, pues el misterio de Dios discurre por caminos sencillos y muy pobres. A nuestro entendimiento, orgulloso y aspirando siempre a grandezas; nos cuesta reconocerlo.

    Dios es grande, pero se ha hecho pequeño, pobre, humilde, sencillo, para que no se lo apropien los ricos, sino que sea accesible a todos.

    Gracias Señor por hacer las cosas tan sencillas, a las que podemos acceder todos.

  2. Todavía hoy, nos es más fácil hacer sacrificios y ofrendas que darnos. Dar cosas, comprarlas cuando podemos y ofrecerlas a Dios, a la iglesia o al templo nos deja la conciencia tranquila, engañándonos, cuando lo que Dios quiere no es oro ni plata sino la entrega de nuestro corazón que responda al sentir y amor de Dios y nos conduzca a cumplir su voluntad, entregándonos a los hermanos, como Dios por todos se entregó.

    “Aquí estoy Señor,
    aquí estamos, para hacer tu voluntad”.

  3. María es una muy digna representación de nuestra raza. Es la más digna que conoció y puso en práctica la voluntad del Padre. Acaba de quedar encinta por obra del Espíritu Santo. Cualquiera se quedaría en su casa porque son necesarios cuidados. Es normal prevenir, tiene derecho a gozarse de lo ocurrido y quedarse ensimismada, pero por encima de todos los cuidados y derechos humanos está la voluntad del Padre, expresada en la necesidad de cuidados requeridos por su prima Isabel, también embarazada, y allá va María por caminos de llanos y montañas, sin que nada la retenga, con tal de echar una mano a la que está más necesitada, por su edad más avanzada, en la que Dios ha colmado su dicha quedándose encinta.Y el encuentro de ambas, como no podía ser de otra manera, ocasiona el encuentro de los primos, cada uno en el vientre de su madre, dando lugar a signos que nos han pasado a todos.

    Alegría del encuentro, lo primero; Juan antes de nacer, saltó de gozo al encontrarse con Jesús. Isabel reconoce por obra de Dios mismo, la grandeza de su prima. María es reconocida como la más grande, aunque sea la más sencilla, humilde y pequeña. Su grandeza le viene por el fruto de sus entrañas, al que nos da cobijo, en circunstancias no fáciles.

“Bendita María,
Bendito Jesús”

Y hasta José sea bendito, que de una forma tan sencilla a la vez que valiente y con riesgos, asume su papel porque ha descubierto que es la voluntad del Padre.

El misterio del nacimiento va a realizarse. Es Dios con nosotros. Los protagonistas son los mismos: Dios, Espíritu Santo y María.

Pero entramos en juego nosotros, tú y yo, a quienes Dios invita a cumplir su voluntad:

“Escuchad la Palabra
hacedla carne de nuestra carne
para, a través de nuestras obras, parirla al mundo.
Hoy puede ser Navidad.
Preparemos al Niño casa apropiada: nuestro interior”.

 

Lecturas del Día

Primera lectura
Lectura del Profeta Miqueas 5, 1-4a

Esto dice el Señor:
«Y tú, Belén Efratá,
pequeña entre los clanes de Judá,
de ti voy a sacar
al que ha de gobernar Israel;
sus orígenes son de antaño,
de tiempos inmemorables.
Por eso, los entregará
hasta que dé a luz la que debe dar a luz,
el resto de sus hermanos volverá
junto con los hijos de Israel.
Se mantendrá firme,
pastoreará con la fuerza del Señor,
con el dominio del nombre del Señor, su Dios;
se instalarán, ya que el Señor
se hará grande hasta el confín de la tierra.
Él mismo será la paz».

Salmo 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19
R. Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

Pastor de Israel, escucha,
tú que te sientas sobre querubines, resplandece;
despierta tu poder y ven a salvarnos. R/.

Dios del universo, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña.
Cuida la cepa que tu diestra plantó,
y al hombre que tú has fortalecido. R/.

Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti:
danos vida, para que invoquemos tu nombre. R/.

Segunda lectura
Lectura de la carta a los Hebreos 10, 5-10

Hermanos:
Al entrar Cristo en el mundo dice:
«Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas,
pero me formaste un cuerpo;
no aceptaste
holocaustos ni víctimas expiatorias.
Entonces yo dije: He aquí que vengo
—pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí—
para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad».
Primero dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias», que se ofrecen según la ley. Después añade: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad».
Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 1, 39-45

En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a un a ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

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