PUBLICACIONES

III Domingo de Pascua – 2022

Icono para homilías
  1. Es la tercera vez que el Resucitado se aparece a los discípulos o, lo que es lo mismo, es la tercera vez que reciben la experiencia del encuentro con Jesús vivo, y así son confirmados en la fe para poder ser testigos ante todos de lo que ellos han vivido: ¡Cristo ha resucitado!Sucedió de esta manera: Se fuerzan a pescar, cosa normal, era su oficio y tenían que comer para vivir. Curioso que era meramente de noche, es decir, todavía no eran creyentes, y claro, la pesca fue nula. No se puede en la vida pretender dar lo que no se tiene. ¿Cómo ser testigo de Cristo, si no tienes fe? Pero Jesús al amanecer se hizo presente, es decir, cuando se hizo de día en sus corazones o cuando al menos estuvieron con buena actitud y disposición de creer. ¡Echad las redes!, les dijo y cogieron 153 peces. Cuando se echan las redes en el nombre de Jesús se pesca, pero cuando actuamos sin fe y para nuestro egoísmo, las redes se quedan vacías.

    Capturaron 1+5+3 = 9; el nueve hacia arriba es el 6 = la plenitud, la barca llena, la obra perfecta, la manifestación de la realidad plena de Dios en Cristo.

    Juan le dice a Pedro: “Es el Señor” y Pedro se tiró al agua. Por la causa de Jesús hay que mojarse, no podemos vivir a medias. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. ¿No será el pescado el símbolo del anagrama de Cristo? Está, por tanto, Jesús. Él = Pan de vida = Eucaristía. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, y lo mismo hizo con el pescado.

    Celebró con ellos el signo eucarístico y entendieron que el Cristo de nuestra fe, resucitado de entre los muertos, se hace presente para nosotros, creyentes en el pan eucarístico.

    Lo que sigue a continuación es ya un reclamo de amor, como distintivo de la misión que les va a encomendar: ¡Sois mis testigos!, pero deberá ser un testimonio basado en la humildad de nuestra condición de hombres pecadores, que somos todos, y nunca en la soberbia de creernos superiores. Ojalá también nosotros, como Pedro, con la conciencia de nuestra pequeñez, podamos decir de verdad: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero con todo mí ser”.

  

  1. Esta actitud es imprescindible para poder llevar a término la misión de ser evangelizados, a la que Jesús nos confía:
    • Siendo evangélicos;
    • Manteniendo la experiencia del encuentro con Cristo vivo;
    • Viviendo como hombres eucarísticos para identificarnos con el Señor;
    • Obrando como seres valientes y fieles, aunque se nos puedan presentar contrariedades y persecuciones.

“Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.

Es la fuerza del Espíritu Santo, la que fortaleció a los discípulos para ser testigos delante de aquellos que mataron a Jesús y de quienes les habían prohibido hablar de Jesús.

Hoy abiertamente no nos prohíben hablar de Jesús, pero sigilosamente y con posturas contrarias, se nos trata de imponer un pensamiento que, a veces, quiere ser único y que nos lleva a sentir miedo, vergüenza o pudor por ser cristianos o por confesarlo en ambientes que no son partidarios de nuestra postura.

El Espíritu del Resucitado tiene que fortalecernos para ser testigos con nuestra vida, y además si hace falta, bien porque nos pregunten, bien porque sea preciso, es necesario que no nos avergoncemos de dar testimonio de la fe que profesamos.

  1. Nuestro objetivo está muy bien plasmado en la visión apocalíptica de Juan, donde nos habla e invita a ver la Eucaristía del Reino; Eucaristía sencilla de Jesús, llena de amor, grandiosa, como corresponde al misterio que celebramos, el triunfo del Padre que ve reunidos a sus hijos, conquistados con la entrega por amor del Primogénito, el Cordero de Dios degollado, triturado y martirizado, cuya sangre nos lava y purifica y nos hace partícipes del Reino.La liturgia es elocuente: ¡honor y gloria al Señor Resucitado! Toda la asamblea del mundo reunida. El Padre presidiendo, sentado en el trono y con un altar lleno de candelabros, adornos y músicas. Es la gran liturgia del cielo, que aquí en la tierra celebramos en la humildad de nuestra condición.

    ¡Alegrémonos todos, porque contamos ya aquí y ahora, el anticipo de la gloria del Reino de Dios!

 


Lecturas del Día

Primera lectura
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 5, 27b-32. 40b-41

En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles, diciendo:
«¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre».
Pedro y los apóstoles replicaron:
«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen».
Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús, y los soltaron. Ellos, pues, salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el Nombre.

Salmo Sal 29, 2 y 4. 5 y 6. 11 y 12a y 13b
R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R/.

Tañed para el Señor, fieles suyos,
celebrad el recuerdo de su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo. R/.

Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R/.

Segunda lectura
Lectura del libro del Apocalipsis 5, 11-14

Yo, Juan, miré, y escuché la voz de muchos ángeles alrededor del trono, de los vivientes y de los ancianos, y eran miles de miles, miríadas de miríadas, y decían con voz potente:
«Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza».
Y escuché a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar —todo cuanto hay en ellos—, que decían:
«Al que está sentado en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos».
Y los cuatro vivientes respondían:
«Amén».
Y los ancianos se postraron y adoraron.

Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según San Juan 21, 1-19

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice:
«Me voy a pescar».
Ellos contestan:
«Vamos también nosotros contigo».
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tenéis pescado?».
Ellos contestaron:
«No».
Él les dice:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis».
La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro:
«Es el Señor».
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice:
«Traed de los peces que acabáis de coger».
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
«Vamos, almorzad».
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?».
Él le contestó:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Jesús le dice:
«Apacienta mis corderos».
Por segunda vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?».
Él le contesta:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Él le dice:
«Pastorea mis ovejas».
Por tercera vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?».
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez:
«¿Me quieres?»
Y le contestó:
«Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero».
Jesús le dice:
«Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras».
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió:
«Sígueme».

Comparte en Redes Sociales