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Domingo XXXII del Tiempo Ordinario – 2021

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Elías, el profeta de fuego y de palabra ardiente, impulsado por el Espíritu, es el tipo de hombre de Dios que arrostra todos los peligros y desprecia su propia vida por ser fiel a la dura misión que Dios le ha confiado. Él es sostenido únicamente por su fe inconmovible en Dios que anima su celo inagotable. Dios se identifica con la acción y la palabra de su enviado y por ello la palabra de Elías es eficaz. Por su humildad la viuda descubre en Elías al hombre de Dios (Primera lectura. Primer Libro de los Reyes, 17,10-16) y merece ser recordada por Jesús en San Lucas 4.25.

Estos versículos nos presentan dos vivos ejemplos de cómo debemos estar plenamente en las manos de Dios, de cómo debemos tener una fe y una confianza sinceras en Dios, además de una entrega total a los demás.

Jesús en el Evangelio de hoy (San Marcos 12, 38-44) también alabará el mérito de la viuda pobre que da, a pesar de su pobreza, todo lo que tiene.

El Reino de Dios llega, pues, con frecuencia a través de los pobres. Como dice el Magnificat, Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.

El salmo 145 “Alaba, alma mía, al Señor” nos invita a contemplar y a alabar el plan de Dios en favor de los débiles y nos recuerda cómo los poderosos son seres de polvo que no pueden salvar.

La lectura del Evangelio además ofrece una clara contraposición entre las obras de escribas y fariseos y la de la viuda que echa en el arca de las ofrendas del templo todo cuanto tenía para vivir.

Hay una confrontación porque unos actúan con mala determinación y ella con rectitud de intención y voluntad. Es una contraposición sutil: los escribas y fariseos aprovechan el culto y las oraciones para enriquecerse mientras la viuda se empobrece totalmente
al dar sus pocos bienes para el culto del templo, es decir, para Dios. Además se insinúa uno de los rectos usos del dinero, exponiendo la antítesis entre el afán de riquezas y el compartir lo que se tiene para vivir.

El dinero pertenece al Señor y un modo de reconocer este dominio es devolverlo al Señor para los pobres y el servicio de su casa, donde se encuentra el pueblo. La contribución al culto del Señor se hace con recta intención cuando se hace responsablemente según las posibilidades de cada uno, aunque cueste sacrificio, aunque tengamos que privarnos de algo para cumplir esa responsabilidad.

Pero lo fundamental no es la ofrenda del dinero o bienes materiales, aunque sean necesarios, sino la entrega de uno mismo con su vida al servicio de la justicia en el mundo. Así Cristo rechaza ofrendas y holocaustos pero ofrece su propia vida para cumplir la voluntad del Padre.

Compartir lo que somos y tenemos es la actitud clave de nuestro ser cristianos, según Dios nos ha revelado.

El destino de los hombres es morir una sola vez; y después el juicio. De la misma manera, Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos. Cuando vuelva aparecerá, sin ninguna relación al pecado, para salvar definitivamente a los que siguen su camino, le esperan y confían en su vuelta, porque ésta es la meta de nuestra vida cristiana.

Lecturas del día.

Primera lectura
Lectura del primer Libro de los Reyes 17, 10-16

En aquellos días, se alzó el profeta Elías y fue a Sarepta. Traspasaba la puerta de la ciudad en el momento en el que una mujer viuda recogía por allí leña.
Elías la llamó y le dijo:
«Tráeme un poco de agua en el jarro, por favor, y beberé».
Cuando ella fue a traérsela, él volvió a gritarle:
«Tráeme, por favor, en tu mano un trozo de pan».
Ella respondió:
«Vive el Señor, tu Dios, que no me queda pan cocido; solo un puñado de harina en la orza y un poco de aceite en la alcuza. Estoy recogiendo un par de palos, entraré y prepararé el pan para mí y mi hijo, lo comeremos y luego moriremos».
Pero Elías le dijo:
«No temas. Entra y haz como has dicho, pero antes prepárame con la harina una pequeña torta y tráemela. Para ti y tu hijo la harás después. Porque así dice el Señor, Dios de Israel:
“La orza de harina no se vaciará
la alcuza de aceite no se agotará
hasta el día en que el Señor conceda
lluvias sobre la tierra”».
Ella se fue y obró según la palabra de Elías, y comieron él, ella y su familia.
Por mucho tiempo la orza de harina no se vació ni la alcuza de aceite se agotó, según la palabra que había pronunciado el Señor por boca de Elías.

Salmo 145, 7. 8-9a. 9bc-10
R: Alaba, alma mía, al Señor.

El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. R/.

El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los peregrinos. R/.

Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sion, de edad en edad. R/.

Segunda lectura
Lectura de la carta a los Hebreos 9, 24-28

Cristo entró no en un santuario construido por hombres, imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros.
Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces como el sumo sacerdote, que entraba en el santuario todos los años y ofrecía sangre ajena. Si hubiese sido así, tendría que haber padecido muchas veces, desde la fundación del mundo. De hecho, él se ha manifestado una sola vez, al final de los tiempos, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo.
Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez; y después de la muerte, el juicio.
De la misma manera, Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos.
La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, para salvar a los que lo esperan.

Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 12, 38-44.

En aquel tiempo, Jesús, instruyendo al gentío, les decía:
«¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa».
Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante.
Llamando a sus discípulos, les dijo:
«En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».

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